José Carlos MAINER BAQUÉ
Las letras del franquismo no constituyen un bloque coherente e impermeable. Al estupor y al adanismo inicial de los años cuarenta, sucedió -en la sutura de ese decenio y el siguiente- un despertar paulatino: por un lado, escritores de pasado «rojo» alcanzaron significativa visibilidad; por otro, autores más jóvenes coincidieron en el repudio moral de la Victoria de 1939 y en un intento de superación de las causas del conflicto. Y, aunque subsistieron sin mengua los dos lenguajes de la Victoria -el falangista y el católico-, estos experimentaron modificaciones que, en más de un caso, alentaron rupturas. A la vez, el temprano despertar editorial de la posguerra creó espacios culturales nuevos (editoriales más comprometidas, revistas significativas, formación de grupos generacionales…) que revelaron un pulso nuevo: el que correspondía a una literatura de posguerra que, en más de un aspecto, reproduce la de otros países europeos después de 1945.