La ciencia moderna nace cuando rompe sus tutelas teológico-filosóficas, y se compromete con la noción de evidencia empírica. A partir de las revoluciones científicas cambia la jerarquía: es la filosofía la que se mide con una ciencia erigida en modelo de conocimiento. Si acaso, la filosofía tendrá que dar cuenta de por qué funciona, de cuáles son sus reglas de justificación, esas que no se cumplen en otros intentos de entender el mundo, como sucede con las llamadas ciencias sociales. La historia reciente ha cambiado los parámetros: la buena ciencia está tutelada por unas disciplinas humanísticas de dudosa calidad y que sin embargo ofician como fiscales de las investigaciones, ofreciendo una imagen de la ciencia que la identifica como un discurso ligado al ejercicio del poder y la dominación. Esa presencia ha conducido a una justificada desconfianza que, desafortunadamente, ha alcanzado al conjunto de los quehaceres filosóficos, precisamente en un momento en el que los nuevos desarrollos tecnocientíficos (IA, posthumanismo, ingeniería genética, información cuántica, superconductividad, investigación espacial, etc.) reclaman una ponderación racional que sólo una filosofía informada está en condiciones de realizar. A través de un diálogo entre dos de nuestros mejores filósofos de la ciencia se abordarán estos nuevos retos intentando responder a la pregunta de si puede esperar algo (bueno) la ciencia de la filosofía.
Con Félix Ovejero, Mauricio Suarez y Antonio Diéguez